S H E .

Y ella estaba allí, sentada con las piernas cruzadas. Parecía que se sentía invencible, una diosa. Parecía una reina en su trono.

Parecía tan serena, tan despreocupada, tan tranquila... como si el resto no fuera con ella, como si estuviera al margen.

Parecía que fuera a comerse el mundo con sus tacones de 13 centímetros y su cigarrillo extranjero. Emanando ese olor tan exótico, tan diferente a todos lo que había por el lugar.

Ella parecía tan diferente. Todos lo veían. Cada vez que movía el pelo, cada vez que se humedecía los labios, cada vez que pestañeaba, ellos la seguían con la mirada, comiéndosela con los ojos. Y eso le hacía sentir un poco mejor.

Ella y sus aires de diva, de modelo, de chica 10, no dejaban ver como era por dentro.

Porque ella era actriz, y nos tenía a todos engañados.

Era alguien inseguro.

Alguien que se veía feo, estúpido, sin posibilidades en la vida.

Alguien corriente. Como tu y yo.

Y lo único que pensaba es que no merecía la pena vivir, quería salir del ruedo, quería coger el camino fácil. Lo pensaba continuamente.

Libraba una batalla interior contra la consumición, día a día.

Minuto a minuto.

Como la ceniza de su cigarro, sabía que iba a acabar cayendo. En la más absoluta oscuridad, donde no había vuelta atrás. Se debatía entre esperarla a ella o coger su propio camino.

Y ella:

guapa, inteligente, soñadora y adorada por todo el mundo, nos envidiaba.

Porque nosotros, sin tener nada más, nos sentíamos vivos.

MARTT.

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